El origen del mal
Qué
trágica ha sido esta semana en la vida de Tabasco. Apenas el martes se alcanzó
la mayor cifra de contagios de Covid 19 en el estado; ayer, una treintena de
fallecimientos y, para no variar, intensas lluvias en un territorio altamente
vulnerable.
Carlos
Pellicer escribió un poema titulado “Horas de junio”, que en algunos de sus
versos dice: “Junio se lleva ahora como el viento la esperanza más dulce y
espaciosa”.
Hemos
tratado de encontrar respuestas al fenómeno del inclemente crecimiento de
contagios, y lo mismo da culpar al gobierno o atribuir la desdicha a la
irresponsable y tozuda actitud de muchos tabasqueños si, finalmente, no tenemos
soluciones certeras para hacer entrar en razón a buena parte de la población.
Cuando
desfilan por mi cabeza tantas posibles explicaciones, recuerdo el conocido
cuento “El origen del mal”, del escritor ruso León Tolstoi, que revela el
germen de los vicios al narrar la aventura de un ermitaño que vivía en el
bosque, sin temer a las fieras que allí moraban.
Una vez, posando debajo de un
árbol, fue testigo de la discusión que sostuvieron un cuervo, un palomo, una
serpiente y un ciervo, a fin de encontrar el origen del mal.
El
cuervo culpó al hambre, por todo el desasosiego que produce en quien la padece.
El
palomo arremetió contra el amor, porque cuando la pareja se distancia tortura
la idea de que un gavilán o el hombre la hayan capturado y despedazado.
La
serpiente arguyó que los dos animales anteriores estaban equivocados, porque el
mal viene de la ira. Cuando la tranquilidad se ve alterada, ofusca el impulso
de atacar y morder a todos, incluso comerse a sí mismos.
El
ciervo estuvo en desacuerdo y culpó al miedo que lo hace huir con terror,
apenas se mueve una hoja o cruje una rama. El pánico conduce a la locura y también
al precipicio.
Si analizamos
bien, cada animal culpó del mal a sus propias impotencias. No eran el hambre,
el amor, la ira ni el miedo la fuente de los males, sino su propia naturaleza
la que los engendraba.
Algo así pasa con
la situación que vivimos en Tabasco y en general en México. Podemos vociferar
tantas culpas como queramos, pero si finalmente no purgamos nuestras propias |debilidades,
el concierto de ofensas y estigmas solo recrudecen el enojo social; amplían las
pugnas estériles de unos contra otros.
Lo único que nos
queda es ajustarnos a evidencias: cifras oficiales nada alentadoras. Deslices y
contradicciones en el manejo de la comunicación gubernamental. Una buena parte
de la población embriagada por las ansias de consumo, y un largo etcétera de cuestionamientos
a las estrategias de autoridades federales en materia sanitaria.
La otra evidencia
irrefutable es que, en lugares como Tabasco, en palabras del mismo León
Tolstoi, “es más fácil escribir diez volúmenes de filosofía que llevar a la
práctica una sola regla, no importa cuál”.
Quizá no ha
bastado con tratar de apartar a la gente del mal, tal vez ya es necesario
estimularla hacia el bien.
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