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Aquí podrán encontrar artículos de opinión e información valiosa sobre comunicación, educación, filosofía, cultura y política. Pretende ser un espacio de análisis y discusión para enriquecer la perspectiva sobre estos tópicos tan relevantes para la vida pública de nuestros días.

9 de junio de 2022

                                   Los niños lobo

Terminé de leer hace poco la novela histórica “Bajo la sombra de los lobos”, del escritor y dramaturgo lituano Alvydas Slepikas, una obra que cuenta los periplos de los niños alemanes de Prusia Oriental que, al terminar la Segunda Guerra Mundial, se atrevieron a cruzar los bosques y la frontera para alcanzar Lituania.

En medio de un dramático escenario, enfrentados al hambre, la nieve y el frío, estos niños vagaban mendigando, pidiendo a los granjeros pan, trabajo y un techo para pasar la noche. Muchos se quedaron sin padres que les ayudaran a soportar la carga de las repercusiones del conflicto. Experimentaron en carne propia la crueldad y la violencia, pero también fueron objeto de una profunda solidaridad que encendió en ellos la esperanza.

Los llamaban los niños lobo porque fueron comparados con animales errantes y hambrientos. Quedaron aislados de la humanidad y se vieron obligados a vagar para sobrevivir. Pero no solo eso, sino que también fueron despojados del idioma, la familia y el hogar, tres de los elementos identitarios más importantes, en edades muy sensibles.

A cambio, recibieron una vida de trabajo en condiciones durísimas, normalmente con la educación mínima y en la clandestinidad. Tuvieron que pagar por los errores, la ambición y los desvaríos del régimen nazi.

En la novela, el autor refleja con crudeza esos días aciagos, cuando las tropas del Ejército Rojo irrumpieron en Prusia Oriental con la fiereza de una estampida de psicópatas clamando venganza y violando a miles de alemanas que se encontraban en su camino.

Algunos soldados, quemados y embrutecidos por varios años de guerra, consideraban que los niños alemanes no eran sino hombres en estado embrionario, por lo que debían ser asesinados antes de que creciesen y volvieran a invadir Rusia.

Al investigar más sobre el tema, descubro que muchos de estos niños, hoy ya personas muy longevas, son testigos fieles de que el trauma de una guerra o un conflicto anida en lo más profundo de las sociedades y trasciende generaciones.

Sus vidas son lecciones perdurables. Lecciones de resiliencia, porque a pesar del duro calvario nunca desfallecieron y lograron salir adelante. Varios de ellos, por cierto, se convirtieron en célebres pedagogos.

Es difícil no relacionar el tema con la situación que atraviesan millones de refugiados en el mundo, o migrantes que emprenden el éxodo en busca de mejores condiciones para vivir, expuestos a vejaciones y riesgos. Parecieran lecciones no aprendidas por la humanidad.

Recomiendo ampliamente la novela, calificada por The Times como “Mejor obra de ficción histórica del año 2019”. Un vibrante y poderoso texto, de lectura ágil, adictivo y necesario, ahora que el olvido se vuelve peligroso.



 

22 de julio de 2020


Sabia virtud de conocer el tiempo

“Sabia virtud de conocer el tiempo”, expresa uno de los versos del soneto de Renato Leduc, popularizado por José José y Marco Antonio Muñiz, y que en otra de sus partes dice, como el refrán, “dar tiempo al tiempo”. Pues resulta que, por todos lados, en oriente y occidente, abundan los políticos que suelen manipular el tiempo para sacar provecho. Algunos lo adelantan o se anticipan, lo que no significa “ser adelantados a su época”; más bien, precipitan sus intereses con el afán de hacerse de un nuevo cargo, sin importar lo complicado de los escenarios actuales. Otros, atrasan el tiempo a conveniencia, aplicando políticas y doctrinas antiguas que en nada corresponden a las exigencias contemporáneas.

Los primeros, carecen de oficio público. Es cierto que en un año previo al proceso electoral suelen agitarse las aguas, pero ellos utilizan con descaro los efectos de la pandemia para aumentar su popularidad.

Los segundos, son trasnochados que se aferran a representaciones y usos políticos del pasado, ya sea porque su pensamiento fue incapaz de evolucionar para entender la nueva dinámica mundial, o porque perdieron privilegios que están ansiosos de recuperar.

En ambos casos, su falta de pericia para entender los tiempos termina por definirlos. Exhiben una sobrada insensatez y sus miradas de bajo vuelo explican su incapacidad para generar acuerdos que no sean electorales. Lo terrible es que los políticos insensatos –los totalitarios y personalistas- por mucho juicio que recobren nunca podrán resarcir los daños.

Bien les vale a unos y otros tener presente la sabia sentencia de la fábula de los tres relojes, publicada en 1849 en el libro “Apólogos o Fábulas Políticas”, cuyos cadenciosos versos dicen lo siguiente:

Sucede que había tres relojes de diferentes tamaños colgados en sus clavos y entre ellos se divertían; su vida y sus milagros repetían:

Yo –dijo el primero- nací en Suiza. Por lo mismo soy republicano y sirvo a un madrileño, por quien hago que amanezca más temprano, pues me da buenos frutos adelantar el tiempo diez minutos.

Yo nací en Rusia, dijo el segundo, y estuve al servicio de un ministro en Prusia, al que hice andar con especial cordura, porque siempre me ha servido, y no de ahora, retroceder el tiempo un cuarto de hora.

Andan muy mal, compañeros –dijo finalmente un cronómetro inglés. Hay que poner en regla los minuteros si de verdad quieren servir bien, pues la realidad no es de ningún modo un juego. Ya lo dijo el castellano:

No por velar amanece más temprano. Si del tiempo se trata, es inútil forzarlo, no se le precipita. Ni deteniéndolo el paso se le quita. Así que esta es una lección digna de conservarse en la memoria. Sobre todo, ustedes, políticos avorazados, retrógradas y vestiglos, no anden más aprisa o más pausado que los siglos.

13 de julio de 2020

Hacia la cuarta ola


A principios de la década de los noventa del siglo pasado llegó a mis manos un libro titulado “La tercera ola”, escrito por Alvin Toffler, quien junto a su esposa Heidi se dedicó a realizar interesantes ejercicios de prospectiva. De ellos también leí “Las guerras del futuro”, “El shock del futuro” y “La creación de la nueva civilización”.

Los postulados de este matrimonio sostienen que la especie humana ha experimentado hasta ahora tres grandes olas de cambio, caracterizadas –entre otras cosas- por la sustitución de estilos de vida. La primera ola de cambio ocurrió con la revolución agrícola; la segunda, con el auge de la civilización industrial, y nosotros ahora experimentamos los efectos de la tercera ola, representada por el avance del conocimiento, la alta tecnología y la informática.

Las transiciones de una ola a otra no han sido sencillas. Han estado acompañadas de conflictos y resistencias muy severas. De esta manera, cuando el mundo empezaba a verse influido por los efectos de la revolución industrial, hubo quienes lucharon por conservar sus prácticas terratenientes, lo que a menudo ocasionó pugnas entre dos sociedades: una dominante, la industrial, y otra dominada, la agrícola.

Este mismo conflicto se vivió –o mejor dicho: se vive todavía- en la transición de la segunda a la tercera ola, porque hay quienes se mantienen firmes en la lucha contra el uso cada vez más generalizado de herramientas tecnológicas y digitales, o se niegan a aceptar la desconfiguración de los nacionalismos para dar paso a una sociedad global. Seguramente usted conoce a alguien que no termina por aceptar el uso de dinero electrónico, las transacciones por Internet, la proliferación de la educación mediante herramientas digitales, entre otras cosas.

En la tercera ola carecen ya de todo significado las alusiones a términos como “derecha”. “izquierda”, “liberal” y “conservador”, por lo que su uso, además de estar vaciado de sentido, no es más que una forma de añorar los enfrentamientos ideológicos de otros tiempos.

Debido a las disparidades económicas entre las regiones de varios países, hay que reconocer que, para muchos, la era del conocimiento ha resultado más desalentadora y el progreso muy inferior a lo que se esperaba.

El llamado “hogar electrónico” es una utopía en familias golpeadas por la precariedad y la pobreza. Estas familias, alimentadas por una dieta de malas noticias, catástrofes y pesadillas, no pueden proyectarse en el futuro porque para ellas no existe futuro.

Curiosamente, cuando aún no terminan de cuajar todos los elementos de la tercera ola, aparece la pandemia de Covid-19 y trastoca la tendencia del mundo.

Mi hipótesis es la siguiente: más pronto de lo que ocurrió en las tres grandes transformaciones que hasta ahora ha experimentado la humanidad, nos vamos a sumergir en la cuarta ola, a la que yo denomino: “La resignificación del humanismo y del valor de la vida”.

Dentro de la cuarta ola, en buena medida provocada por la crisis de salud mundial que estamos padeciendo, ya experimentamos formas distintas de trabajar, de vivir, de relacionarnos con los demás; una nueva economía, pero también nuevos conflictos políticos.

Es cierto, aprovechamos todas las ventajas de la tercera ola –como las tecnologías-, pero también observamos las actitudes de quienes se resisten a aceptar que ya entramos en una nueva dinámica, donde hay que sustituir el consumismo, la acumulación de capital y las ansias desmedidas de poder político por la solidaridad, la fraternidad, la convivencia y el aprecio a la dignidad humana.

Espero que nuestra confusión y angustia solo sean el preámbulo de una mejor forma de vida, porque de lo contrario agudizaremos todos nuestros males.

Seguramente han escuchado aquello de que “quien no aprende de la historia está obligado a repetirla”, pero como dijo Alvin Toffler: “si no cambiamos el futuro, nos veremos obligados a soportarlo. Y eso es todavía peor”.