Sabia virtud de conocer el tiempo
“Sabia virtud de conocer
el tiempo”, expresa uno de los versos del soneto de Renato Leduc, popularizado
por José José y Marco Antonio Muñiz, y que en otra de sus partes dice, como el
refrán, “dar tiempo al tiempo”. Pues resulta que, por todos lados, en oriente y
occidente, abundan los políticos que suelen manipular el tiempo para sacar
provecho. Algunos lo adelantan o se anticipan, lo que no significa “ser adelantados
a su época”; más bien, precipitan sus intereses con el afán de hacerse de un
nuevo cargo, sin importar lo complicado de los escenarios actuales. Otros,
atrasan el tiempo a conveniencia, aplicando políticas y doctrinas antiguas que
en nada corresponden a las exigencias contemporáneas.
Los primeros, carecen de oficio
público. Es cierto que en un año previo al proceso electoral suelen agitarse
las aguas, pero ellos utilizan con descaro los efectos de la pandemia para
aumentar su popularidad.
Los segundos, son
trasnochados que se aferran a representaciones y usos políticos del pasado, ya
sea porque su pensamiento fue incapaz de evolucionar para entender la nueva
dinámica mundial, o porque perdieron privilegios que están ansiosos de
recuperar.
En ambos casos, su falta
de pericia para entender los tiempos termina por definirlos. Exhiben una
sobrada insensatez y sus miradas de bajo vuelo explican su incapacidad para
generar acuerdos que no sean electorales. Lo terrible es que los políticos
insensatos –los totalitarios y personalistas- por mucho juicio que recobren
nunca podrán resarcir los daños.
Bien les vale a unos y
otros tener presente la sabia sentencia de la fábula de los tres relojes,
publicada en 1849 en el libro “Apólogos o Fábulas Políticas”, cuyos cadenciosos
versos dicen lo siguiente:
Sucede que había tres relojes de diferentes tamaños colgados en sus clavos y entre ellos se divertían; su vida y sus milagros repetían:
Yo –dijo el primero- nací
en Suiza. Por lo mismo soy republicano y sirvo a un madrileño, por quien hago
que amanezca más temprano, pues me da buenos frutos adelantar el tiempo diez
minutos.
Yo nací en Rusia, dijo el
segundo, y estuve al servicio de un ministro en Prusia, al que hice andar con
especial cordura, porque siempre me ha servido, y no de ahora, retroceder el
tiempo un cuarto de hora.
Andan muy mal, compañeros
–dijo finalmente un cronómetro inglés. Hay que poner en regla los minuteros si
de verdad quieren servir bien, pues la realidad no es de ningún modo un juego.
Ya lo dijo el castellano:
No por velar amanece más
temprano. Si del tiempo se trata, es inútil forzarlo, no se le precipita. Ni
deteniéndolo el paso se le quita. Así que esta es una lección digna de
conservarse en la memoria. Sobre todo, ustedes,
políticos avorazados, retrógradas y vestiglos, no anden más aprisa o más
pausado que los siglos.
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