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22 de julio de 2020


Sabia virtud de conocer el tiempo

“Sabia virtud de conocer el tiempo”, expresa uno de los versos del soneto de Renato Leduc, popularizado por José José y Marco Antonio Muñiz, y que en otra de sus partes dice, como el refrán, “dar tiempo al tiempo”. Pues resulta que, por todos lados, en oriente y occidente, abundan los políticos que suelen manipular el tiempo para sacar provecho. Algunos lo adelantan o se anticipan, lo que no significa “ser adelantados a su época”; más bien, precipitan sus intereses con el afán de hacerse de un nuevo cargo, sin importar lo complicado de los escenarios actuales. Otros, atrasan el tiempo a conveniencia, aplicando políticas y doctrinas antiguas que en nada corresponden a las exigencias contemporáneas.

Los primeros, carecen de oficio público. Es cierto que en un año previo al proceso electoral suelen agitarse las aguas, pero ellos utilizan con descaro los efectos de la pandemia para aumentar su popularidad.

Los segundos, son trasnochados que se aferran a representaciones y usos políticos del pasado, ya sea porque su pensamiento fue incapaz de evolucionar para entender la nueva dinámica mundial, o porque perdieron privilegios que están ansiosos de recuperar.

En ambos casos, su falta de pericia para entender los tiempos termina por definirlos. Exhiben una sobrada insensatez y sus miradas de bajo vuelo explican su incapacidad para generar acuerdos que no sean electorales. Lo terrible es que los políticos insensatos –los totalitarios y personalistas- por mucho juicio que recobren nunca podrán resarcir los daños.

Bien les vale a unos y otros tener presente la sabia sentencia de la fábula de los tres relojes, publicada en 1849 en el libro “Apólogos o Fábulas Políticas”, cuyos cadenciosos versos dicen lo siguiente:

Sucede que había tres relojes de diferentes tamaños colgados en sus clavos y entre ellos se divertían; su vida y sus milagros repetían:

Yo –dijo el primero- nací en Suiza. Por lo mismo soy republicano y sirvo a un madrileño, por quien hago que amanezca más temprano, pues me da buenos frutos adelantar el tiempo diez minutos.

Yo nací en Rusia, dijo el segundo, y estuve al servicio de un ministro en Prusia, al que hice andar con especial cordura, porque siempre me ha servido, y no de ahora, retroceder el tiempo un cuarto de hora.

Andan muy mal, compañeros –dijo finalmente un cronómetro inglés. Hay que poner en regla los minuteros si de verdad quieren servir bien, pues la realidad no es de ningún modo un juego. Ya lo dijo el castellano:

No por velar amanece más temprano. Si del tiempo se trata, es inútil forzarlo, no se le precipita. Ni deteniéndolo el paso se le quita. Así que esta es una lección digna de conservarse en la memoria. Sobre todo, ustedes, políticos avorazados, retrógradas y vestiglos, no anden más aprisa o más pausado que los siglos.

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