Las otras secuelas de
la pandemia
Mucho se ha hablado y se continuará hablando acerca del
coronavirus y sus efectos en la salud y la vida de la población mundial (solo
para que nos demos una idea, si hoy buscamos en google la palabra
“coronavirus”, se nos presentarán más de 7 mil 300 millones de resultados). Si
a estas alturas alguien dudaba del impacto de la globalización y la
geopolítica, trágicamente una enfermedad infecciosa masiva vino a enseñarnos
cómo funcionan.
Sorprende que en medio de la situación que vivimos, se
revelen los claroscuros del ser humano. Mientras vemos imágenes de personal
médico entregándose sin menoscabo en el cumplimiento de sus funciones, hay
diputados que prefieren enfrentarse a golpes y mordidas en el congreso de Baja
California Sur, u otros que aprovechan el tema como distractor para dar
estocadas a los principios de igualdad democrática; o también usuarios de redes
sociales que se valen de estos medios -en pleno apogeo de la era virtual- para
difundir noticias falsas.
A mí, además del riesgo que el COVID-19 representa para la
salud de las personas, me preocupan los efectos negativos que esta contingencia
sanitaria tendrá en la vida socioeconómica del país.
Aunque en México la curva de contagios no se ha disparado, ya
hay otra curva que sí empezó a acelerarse muy rápido: la de la crisis económica
que golpeará a más de la mitad de la fuerza de trabajo; me refiero a los
trabajadores informales, cuyas actividades representan el 30% del Producto
Interno Bruto, es decir, de cada 100 pesos de bienes y servicios que se generan
en nuestro país, 30 provienen de la informalidad. Es un asunto crítico, si
consideramos que una de cada tres familias depende de la economía informal. ¿Se
imaginan a toda esa población sin recursos para pagar servicios básicos ni
comprar alimentos?
De ahí la importancia de la responsabilidad y la solidaridad.
Si se cumplen las previsiones de las autoridades sanitarias de México, el pico
máximo de contagios de coronavirus podría darse en agosto y la pandemia prolongarse
hasta octubre. Seamos responsables y solidarios, protegiéndonos para
salvaguardar la salud de los grupos más vulnerables –como los adultos mayores-
y evitar que un número alto de casos trastorne los servicios de salud. El
objetivo es salir lo más pronto posible de la emergencia.
En estos momentos, el trágico escenario de Italia es el
referente puntual sobre la necesidad de extremar protocolos de prevención, por
lo que todos deberíamos apegarnos a ellos, inclusive quienes, desde sus altos
cargos, representan la voz oficial para difundir las estrategias de precaución,
pues las discrepancias entre lo que algunos dicen y otros hacen provocan
confusiones.
Quizá, debido a los avances de la medicina, la tecnología y
los medios de comunicación, las consecuencias fatales de esta pandemia no sean
comparables con la peste negra que en el siglo XIV mató a la mitad de la
población de Europa, o la llamada gripe española que en 1918 cobró la vida de
más de 50 millones de personas, pero me queda claro que después del Coronavirus
nuestra forma de relacionarnos con la religión, la cultura, la economía, la
política, la arquitectura y la demografía deberá cambiar.
Por ejemplo, se va a reconfigurar la cadena de suministro de
bienes y servicios, a partir del incremento de las compras en línea y entregas
a domicilio. Además, una de las lecciones de la pandemia en Europa, como dice
Simon Lewis, profesor emérito de economía en la Universidad de Oxford, es no
confiar en los políticos que tengan por costumbre ignorar a los expertos.
Nada será igual en el mundo, y esperamos que para bien de la
humanidad.
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