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28 de marzo de 2020


Las otras secuelas de la pandemia

Mucho se ha hablado y se continuará hablando acerca del coronavirus y sus efectos en la salud y la vida de la población mundial (solo para que nos demos una idea, si hoy buscamos en google la palabra “coronavirus”, se nos presentarán más de 7 mil 300 millones de resultados). Si a estas alturas alguien dudaba del impacto de la globalización y la geopolítica, trágicamente una enfermedad infecciosa masiva vino a enseñarnos cómo funcionan.

Sorprende que en medio de la situación que vivimos, se revelen los claroscuros del ser humano. Mientras vemos imágenes de personal médico entregándose sin menoscabo en el cumplimiento de sus funciones, hay diputados que prefieren enfrentarse a golpes y mordidas en el congreso de Baja California Sur, u otros que aprovechan el tema como distractor para dar estocadas a los principios de igualdad democrática; o también usuarios de redes sociales que se valen de estos medios -en pleno apogeo de la era virtual- para difundir noticias falsas.

A mí, además del riesgo que el COVID-19 representa para la salud de las personas, me preocupan los efectos negativos que esta contingencia sanitaria tendrá en la vida socioeconómica del país.

Aunque en México la curva de contagios no se ha disparado, ya hay otra curva que sí empezó a acelerarse muy rápido: la de la crisis económica que golpeará a más de la mitad de la fuerza de trabajo; me refiero a los trabajadores informales, cuyas actividades representan el 30% del Producto Interno Bruto, es decir, de cada 100 pesos de bienes y servicios que se generan en nuestro país, 30 provienen de la informalidad. Es un asunto crítico, si consideramos que una de cada tres familias depende de la economía informal. ¿Se imaginan a toda esa población sin recursos para pagar servicios básicos ni comprar alimentos?

De ahí la importancia de la responsabilidad y la solidaridad. Si se cumplen las previsiones de las autoridades sanitarias de México, el pico máximo de contagios de coronavirus podría darse en agosto y la pandemia prolongarse hasta octubre. Seamos responsables y solidarios, protegiéndonos para salvaguardar la salud de los grupos más vulnerables –como los adultos mayores- y evitar que un número alto de casos trastorne los servicios de salud. El objetivo es salir lo más pronto posible de la emergencia.

En estos momentos, el trágico escenario de Italia es el referente puntual sobre la necesidad de extremar protocolos de prevención, por lo que todos deberíamos apegarnos a ellos, inclusive quienes, desde sus altos cargos, representan la voz oficial para difundir las estrategias de precaución, pues las discrepancias entre lo que algunos dicen y otros hacen provocan confusiones.

Quizá, debido a los avances de la medicina, la tecnología y los medios de comunicación, las consecuencias fatales de esta pandemia no sean comparables con la peste negra que en el siglo XIV mató a la mitad de la población de Europa, o la llamada gripe española que en 1918 cobró la vida de más de 50 millones de personas, pero me queda claro que después del Coronavirus nuestra forma de relacionarnos con la religión, la cultura, la economía, la política, la arquitectura y la demografía deberá cambiar.

Por ejemplo, se va a reconfigurar la cadena de suministro de bienes y servicios, a partir del incremento de las compras en línea y entregas a domicilio. Además, una de las lecciones de la pandemia en Europa, como dice Simon Lewis, profesor emérito de economía en la Universidad de Oxford, es no confiar en los políticos que tengan por costumbre ignorar a los expertos.

Nada será igual en el mundo, y esperamos que para bien de la humanidad.

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