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1 de mayo de 2020


Educación “a distancia”, la otra desigualdad

Desde siempre hemos sabido que la educación en México es insuficiente, desigual y difícil de medir en términos de calidad.

Es insuficiente y desigual no solo por la amplia brecha social que demerita la oferta educativa, sino también por la falta de pertinencia de los programas de estudio, personal docente, materiales didácticos e infraestructura. Estos factores complican los esfuerzos por mejorar la calidad, como lo demuestran los deprimentes resultados de pruebas nacionales e internacionales aplicadas a estudiantes de educación básica y media superior.

Para no variar, si dudábamos acerca de las difíciles condiciones del desarrollo de la educación en México, la pandemia que estamos enfrentado nos muestra una cruda realidad.

El bien intencionado propósito de la Secretaría de Educación Pública y de las instituciones de nivel medio y superior por ofrecer contenidos a través de medios digitales y de comunicación públicos, implica grandes desafíos.

La conectividad en nuestro país todavía registra una marcada desaceleración. Es más, somos de las últimas naciones de la OCDE en el acceso a la banda ancha fija y móvil. Se estima que 6 de cada 10 mexicanos mayores de 6 años de edad cuentan con acceso a Internet y, como es de suponerse, muchos de los que carecen de este servicio se localizan en zonas rurales y marginadas.

Las clases en línea o por televisión (socializadas desde hace varios días), aunque exigen el compromiso de todos, han resultado complicadas para muchos docentes, alumnos y padres de familia que generalmente no estaban habituados a trabajar en escenarios virtuales. En el extremo de los casos, hay padres de familia que han vivido experiencias traumáticas, sobre todo si tienen más de dos hijos en edad escolar, pues no solo deben procurar su acceso a los contenidos educativos, sino también apoyarlos en la realización de las actividades y tratar de disipar sus dudas. Ahora, como nunca antes, se confirma la premisa de algunas investigaciones: el mayor éxito de la educación de los hijos es directamente proporcional al nivel educativo y apoyo de los padres.

Si bien es difícil calificar este esfuerzo nacional como “educación a distancia”, debido a la falta de conectividad y herramientas tecnológicas para las familias, capacitación docente y diseños instruccionales que garanticen orden, debe reconocerse que ha habido -de todos- un gran empeño por tratar de ajustarse a las condiciones imperantes.

Es presuntuoso pensar que las estrategias del gobierno responderán estrictamente a los programas de estudio. Mucho se gana, a mi juicio, con establecer en los hogares ambientes de aprendizaje para que los estudiantes adquieran la más importante de las enseñanzas: convertirse en autodidactas.

Después de todo, como alguna vez dijo Milan Kundera, lo que distingue a un autodidacta de una persona que cursa estudios presenciales no es su nivel de conocimientos, sino la confianza en sí mismo.




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