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25 de marzo de 2010



La opinión pública y la opinión publicada

Mario Cerino Madrigal

Puede que la prensa no tenga mucho éxito en indicar a la gente qué pensar, pero tiene un éxito sorprendente en decirles a sus lectores sobre qué pensar...
Bernard Cohen


Preámbulo

No es reciente el debate por tratar de encontrar similitudes o marcar diferencias entre la opinión pública y la opinión publicada, así como por dilucidar el verdadero papel que los medios de comunicación tienen como “creadores” de opinión.

Los medios han desarrollado una enorme capacidad de difusión que los convierte en ámbitos privilegiados de espacio público. Como señala Manuel Martín Serrano (1989), los medios de comunicación establecen procesos de mediación discursiva entre los acontecimientos sociales y los públicos receptores. En un sentido estricto, una noticia, entonces, no es un suceso o acontecimiento, sino la versión de dicho suceso.

Cuando se habla de interés público, en términos de opinión, se identifica al sistema de medios como una alternativa clave en la que los ciudadanos deberían apoyarse, informarse y tener la posibilidad de deliberación y consenso.

Empero, en la realidad esto no se cumple cabalmente, ya que los medios subestiman el interés público y dan preeminencia a las ganancias económicas generadas por el sensacionalismo, las historias triviales y el amarillismo. En muchos casos son, además, instrumentos para moldear las actitudes del pueblo a conveniencia de los detentadores de los poderes económico y gubernamental.

El influjo de la opinión pública

Un sistema político democrático exige un constante conocimiento de lo que piensa la ciudadanía, la opinión pública. Pero la opinión es “pública” en dos sentidos: en primer lugar por ser la “opinión compartida”, la opinión de la mayoría; y en segundo lugar, por ser una “opinión publicada”, gracias a que se publica (Reynié, 1995).

Es oportuno hacer una distinción entre estas dos acepciones que comúnmente se prestan a confusión.

La opinión pública es un juicio más o menos generalizado entre la población respecto a los asuntos que son de conocimiento colectivo. Se estima que expresa un grado de legitimidad acerca del gobierno, sus actos, así como de las demás instituciones. Kimball Young (1999) la define como una creencia bastante fuerte o más intensa que una mera noción o impresión, pero menos fuerte que un conocimiento positivo basado sobre pruebas completas o adecuadas.

La opinión publicada, por el contrario, es autorizada y ejercida por una minoría que tiene medios específicos y directos para hacerse oír por el público. Es una dimensión del poder político, donde los medios de comunicación pueden desempeñar un papel reforzador de la legitimidad.

George Christoph Liechtemberg afirmó que “con frecuencia, para la mayor parte de los hombres, la incredulidad en una cosa se basa sobre la ciega creencia en otra”. Y es que muchas veces lo publicado logra influir eficazmente en lo que se debe y lo que no se debe creer o admitir.

Cuando expresamos nuestras opiniones sobre cosas de las que no tenemos un conocimiento personal inmediato, obtenemos de la prensa, la radio y la televisión los materiales sobre los que basamos nuestros comentarios. Con todo, estos medios de comunicación no crean por sí mismos, como algunos han asegurado, la opinión pública. Ellos pueden hacer brotar nuestros prejuicios y revivir viejos mitos y leyendas, pero a su vez reflejan las creencias que resultan de la interacción directa de los individuos; pueden influir en la orientación que adopta la opinión pública, pero ellos también son afectados por las actitudes y creencias comunes.

Epílogo

La opinión pública se refiere a la estimación en que coincide la generalidad de las personas acerca de asuntos determinados. Por otra parte, la opinión publicada es la que difunden los medios de comunicación, sin que ésta, necesariamente, se encuentre en sintonía con la opinión pública.

Los medios de comunicación se hallan sometidos a una lógica que no hace de ellos el escenario idóneo para que se conviertan en el foro deliberativo de nuestro tiempo. Muchas veces se ha mencionado que la opinión pública no coincide con la opinión publicada, puesto que esta última no puede despojarse del corporativismo mediático, que es el mayor obstáculo para la expresión del pluralismo.

Además, en la sociedad actual, los medios de comunicación se han convertido en los grandes organizadores de las pasiones y percepciones colectivas, y contribuyen a lo que Benjamin Ginsberg denomina “la domesticación de la opinión de las masas”, lo que significa un aumento en la pasividad de los públicos y un dominio de las élites corporativas y del gobierno.

Por eso, al parecer las campañas electorales tienden a alejarse de la educación política de los ciudadanos para convertirlos, gracias a las lógicas del mercado y de los medios de comunicación, en clientes y consumidores.

Referencias bibliográficas

Martín Serrano, Manuel (1989): La producción de comunicación social, Cuadernos del CONEICC, Guadalajara, México.

Reynié, Dominique (1995): Las cifras en la política moderna. En Ferry, Wolton y otros: El nuevo espacio público. Barcelona, Gedisa.

Young, K. y otros (1999): La opinión pública y la propaganda. Paidós, México.

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