Capital Intelectual: fuente de ventaja competitiva
Mario Cerino Madrigal
Mario Cerino Madrigal
Marzo de 2000
En la actualidad existe una creciente certidumbre respecto a que el conocimiento constituye el principal activo de las organizaciones. Hay coincidencia en que los conocimientos que generan valor son la clave del éxito de las empresas que tienen la necesidad de competir en el contexto económico, político, social y tecnológico de nuestro tiempo.
En la actualidad existe una creciente certidumbre respecto a que el conocimiento constituye el principal activo de las organizaciones. Hay coincidencia en que los conocimientos que generan valor son la clave del éxito de las empresas que tienen la necesidad de competir en el contexto económico, político, social y tecnológico de nuestro tiempo.
Vivimos en un mundo supercompetitivo, cuya característica principal es el progreso vertiginoso en las nuevas tecnologías de la información y las telecomunicaciones.
En este marco, la maquinaria, los edificios, las instalaciones, los depósitos en los bancos, llamados “activos tangibles” de una organización, si bien son esenciales, ya no son determinantes para garantizar el éxito.
Se habla mucho, ahora, del Capital Intelectual.
Generalmente se concibe como tal a los activos de mercado, a los de propiedad intelectual y a los centrados en los individuos que conforman la empresa moderna.
Son los “activos intangibles” que generan progreso y valor económico, cuyo origen está en los conocimientos, habilidades, valores y actitudes de las personas que forman parte del núcleo estable de la organización. De ellos tratan las siguientes líneas.
El conocimiento: valor actual y del futuro
A principios del siglo XX, la remuneración del trabajo era barata y el valor de cualquier institución se medía en términos de maquinaria, equipos y dinero. En el milenio que ya nos aguarda el trabajo no será barato, y los activos centrados en el individuo serán bienes escasos y caros.
La economía global de la vuelta de siglo se está transformando aceleradamente en una economía del conocimiento. Para las personas y las organizaciones, la capacidad de capitalizar oportunamente “el saber” determina, cada vez más, su valor social y con ello su supervivencia económica.
Por lo tanto, hoy “el verdadero recurso dominante y factor de producción absolutamente decisivo no es ya ni el capital, ni la tierra ni el trabajo. Es el conocimiento”. Esta afirmación la hace Peter Drucker en su libro La Sociedad Postcapitalista, y es claro reflejo de que el predominio de la información está siendo ya la norma del futuro.
Hace solamente veinte años no preocupaba demasiado el Capital Intelectual, pero su creciente importancia refleja la dependencia de cualquier organización respecto de los activos inmateriales. Cada día nacen nuevos tipos de empresas, pero ya la mayoría sólo posee activos inmateriales. Sus productos son intangibles y se pueden distribuir electrónicamente en el "espacio de mercado" vía internet.
Sin embargo, el valor del conocimiento no es nuevo, ha conducido el progreso e impulsó la revolución industrial, y posteriormente, a partir de ella, cobró mayor valía.
Así, por ejemplo, la invención de la imprenta por Gutenberg en 1547 constituyó una gran revolución educativa, ya que permitió difundir los conocimientos por medio del libro, haciéndolos accesibles en forma masiva a la población. Fue tal su difusión, que el conocimiento que no estuviera circulando por medio de la imprenta sencillamente no existía.
Un fenómeno semejante se está presentando ahora con la revolución tecnológica de las comunicaciones. El universo electrónico que nos envuelve está propiciando que los lugares donde viven y trabajan las personas no requieran la presencia corporal o el movimiento físico.
A ello responde el hecho de que algunos investigadores de diversas disciplinas señalen que el Capital Intelectual comprende no sólo el potencial del cerebro humano, sino también otros factores como “liderazgo en tecnología y entrenamiento o capacitación actual y permanente de los empleados”.
Lo cierto es que este término, que como tal es relativamente nuevo, ha permanecido por siempre en el sentido común de todos los individuos, pues cualquier actividad realizada implica, necesariamente, cierto grado de conocimiento. Empero, nunca antes había tomado tanta importancia como ahora, en que se asume como eje del desarrollo y fundamento de cualquier acción humana.
En su libro “Las Guerras del Futuro”, publicado a principios de la década de los noventa, Alvin y Heidi Toffler hacen una afirmación categórica sobre la trascendencia del conocimiento en las actividades de nuestro tiempo: “La superioridad en información y conocimientos puede ganar guerras”.1
Aunque ellos se enfocan específicamente al ámbito militar, es clara su aseveración en el sentido de que la conquista de logros relevantes es más factible cuando se tiene un domino exhaustivo del conocimiento.
Ahora bien, si estamos de acuerdo en que el Capital Intelectual consituye la principal fuente de riqueza de las empresas de hoy, es totalmente lógico que la dirección de las mismas preste una atención especial a medirlo y gestionarlo eficazmente.
Así pues, la capacidad de identificar, auditar, medir, renovar, incrementar y, en suma, gestionar estos activos intelectuales es un factor relevante en el éxito de las organizaciones del Siglo XXI.
En este sentido, es decir, en la búsqueda de metodologías y modelos que contribuyan a mejorar la capacidad de gestión del Capital Intelectual, se han realizado en los últimos años numerosos esfuerzos, aunque con éxito relativo, debido sin duda a la propia naturaleza intangible de estos activos y, sobre todo, a que cada negocio específico tiene su combinación particular de conocimientos en función de los objetivos a conseguir y de la situación del mercado.
Entre los esfuerzos realizados quiero destacar el de la empresa SKANDIA, cuyo director de Capital Intelectual, Leif Edvinson, ha escrito conjuntamente con Michael Malone un libro titulado "Capital Intelectual", en el cual se describe la filosofía fundamental de los autores sobre este interesante tema.2
Skandia publicó en 1994 un informe que contiene novedosos esquemas de medición para el valor intangible de las organizaciones. Esto despierta el interés de muchas empresas que también están buscando indicadores. Los esquemas de medición consisten en: gasto en desarrollo de competencia/empleado, índice de empleados satisfechos, participación en horas de entrenamiento (%), participación en horas de desarrollo (%), gasto en entrenamiento por empleado, proporción de empleados menores de 40 años y recursos de investigación y desarrollo/recursos totales (%), entre otros.
El aprendizaje como pivote del desarrollo
De los anteriores indicadores se deriva la importancia de la educación como factor indispensable para proporcionar a los individuos una formación adecuada.
El aprendizaje, desaprendizaje y reaprendizaje se han convertido en un proceso continuo en cualquier nivel profesional, sumado al avanzado desarrollo tecnológico en todas las ramas.
La preparación que un profesionista adquiere en las aulas no es perpetua, de tal manera que, como publicó recientemente Efrain Benavides, en la actualidad los mismos títulos de las carreras profesionales y los estudios de postgrado debieran entregarse con fecha de caducidad.3
El mundo en que rápidamente estamos entrando es muy ajeno a nuestra experiencia pasada.
El conocimiento avanza hoy a una velocidad insospechada. Las nuevas tecnologías acortan la distancia entre lo conocido y lo desconocido, por lo que la habilidad de generar, estructurar y compartir conocimiento es una ventaja competitiva esencial.
Lamentablemente, muchas personas mantienen todavía la falsa creencia de que el conocimiento es poder y de que cuanto menos lo compartan aseguran más su empleo. Pero esto es erróneo, porque la capacidad de aprender y compartir es cada vez más importante en un entorno en que la flexibilidad y velocidad de cambio e innovación de las empresas es básica para sobrevivir.
Por lo tanto, no es recomendable que este valioso activo permanezca aislado o atrapado en la mente de los individuos. Pero lo peor que puede ocurrir es que se vuelva obsoleto y haga que una empresa pierda capacidad de innovación y su posición en el mercado.
La sociedad del futuro, que tenemos ya frente a nosotros, es la sociedad del saber.
La riqueza está representada por la capacidad intelectual. Al obrero industrial sucederá el "trabajador del saber" que adquirirá este potencial no por la experiencia sino procurándose conocimientos mediante un aprendizaje convencional permanente.
En la sociedad del conocimiento la educación no tiene restricciones. No importa la edad ni tampoco el nivel, incluso ni el espacio físico.
Esto es lo que ha coadyuvado a que el valor estratégico del conocimiento se convierta en factor de desarrollo para las naciones.
No olvidemos que la competitividad en los mercados globales depende hoy de la calidad de la educación que reciben los ciudadanos. Ella es la clave para resolver muchos de los problemas que enfrentamos a diario. Sus resultados son a largo plazo y así debe ser nuestro compromiso.
En síntesis, avanzamos mediante el progreso, y el progreso se basa cada vez más en la capacidad de formarnos; en el esfuerzo y la voluntad que mostremos para incrementar nuestro Capital Intelectual.
Referencias
1 Alvin y Heidi Toffler. Las Guerras del Futuro. Editorial Plaza y Janés, 1994.
2 Leif Edvinson y Michael Malone. El Capital Intelectual. Editorial Norma.
3 Artículo publicado en la revista “Tecnología Empresarial”. Efraín Benavides es Presidente de Consultores Asociados en Administración e Informática, S.A.. Conferencista y consultor reconocido a nivel latinoamericano y catedrático del ITAM.
1 Alvin y Heidi Toffler. Las Guerras del Futuro. Editorial Plaza y Janés, 1994.
2 Leif Edvinson y Michael Malone. El Capital Intelectual. Editorial Norma.
3 Artículo publicado en la revista “Tecnología Empresarial”. Efraín Benavides es Presidente de Consultores Asociados en Administración e Informática, S.A.. Conferencista y consultor reconocido a nivel latinoamericano y catedrático del ITAM.
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